sábado, 21 de diciembre de 2019

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Esta pieza lleva el nombre alternativo de tarantela

La denominación de tarantela, procede del tarantismo que está considerado un fenómeno histérico convulsivo, proveniente de la antigua cultura popular. Con base en alguna creencia de la Italia meridional, y que sería provocado por el mordisco de una araña llamada taranta (probablemente del nombre de la ciudad de Taranto, en cuyo territorio aún hoy está presente la tarantola mediterránea Ischnocolus). El tarantismo comportaría una condición de malestar general y una sintomatología psiquiátrica parecida a la epilepsia. Los síntomas serían ofuscamiento del estado de conciencia y turbación emocional.

El «tarantismo», por lo tanto, es (aún se describen casos) una de esas manifestaciones médicas de histeria social frecuentes en la Europa medieval que se exacerbaron en el siglo XIV y alcanzaron su cenit en el siglo XVII. Como los afectados del baile de San Vito o la danza de la Muerte, los taranti del Sur de Italia (de Apulia y la zona de Taranto, (Tarento) se veían compelidos a bailar en los meses de Julio y Agosto, manía que retornaba todos los años con los calores. El mal se iniciaba presuntamente por la picadura de una tarántula. El paciente se despertaba un mal día sintiendo un pinchazo y se lanzaba a la calle vestido más o menos vistosamente para unirse a otros afectados y bailar de modo extravagante y aun lascivo. Paraban para la siesta y al atardecer reiniciaban la «marcha» hasta que la hiperventilación, la taquicardia, el poco comer y mal dormir terminaban en síncope. Se suponía que bailar distribuía el veneno por el cuerpo y facilitaba su expulsión con el sudor, de modo que los músicos italianos desarrollaron una danza rápida de 6/8 llamada «tarantela» que sobrevivió al mal y fue practicada incluso por Chopin y Listz. Los magistrados contrataban músicos por el verano para atender a los pobres afectados.

El padre Kircher tenía una concepción magnética del cosmos y defendió esta creencia de que el mal se remediaba con música, cuando en realidad, el mordisco de la Lycosa tarantula (tarántula europea), al que se le atribuía el malestar, es inocuo para el hombre. Según los estudiosos, el tarantismo no estaría provocado por causas de este tipo, sino que se trataría de un fenómeno psicosomático.

De este modo, Kircher se ocupó de la enfermedad magnética en dos de sus obras, Magnes (1641) y en Musurgia (1650), ofreciendo partituras de tarantelas y la explicación de cómo actúa la música sobre la enfermedad y de ahí la atribución al mismo de esta tarantela cuando su campo de actuación se centraba más bien otras ramas del saber: teología, óptica, vulcanismo, etc.

Según Kircher, existe una simpatía entre las vibraciones musicales, la tarántula y el veneno de ésta que es como su sangre. La música que hace bailar al taranto hace asimismo bailar a la araña, como se comprobó en el refectorio de los jesuítas de Roma cuando una Duquesa se interesó por el tema. Los padres pusieron a la peligrosa alimaña en una barquilla que flotaba en una palangana de agua para que no huyera; mientras tanto un arpista ensayaba varios sones hasta dar con uno que, teniendo proporción con el veneno, hacía bailar a la araña, pues el veneno que le sirve de sangre es viscoso y recibe bien las impresiones sonoras. Por eso la música adecuada cosquillea al bicho y al taranto que no pueden dejar de bailar. El sudor hace que éste pierda el veneno y mitigue su mal, no existiendo otro remedio. Por ejemplo, los superiores de un capuchino de Tarento afectado por el mal consideraron indigno del uniforme esa danza desenfrenada y le prohibieron el remedio, lo que lo impulsó a mitigar los picores bañándose de noche en la mar, do pereció ahogado, lamentándose los superiores de su superstición al haberle negado la danza.

Los músicos contratados por las autoridades civiles procedían como sigue. Interrogaban al taranto sobre el aspecto de la araña y el lugar donde había sido picado. Acudían allí, cazaban un ejemplar del mismo tipo y le tocaban varios aires hasta dar con el que simpatizaba con su veneno y lo hacía bailar, con lo que sabían qué tocarle al enfermo.

Ya en 1672 otros eruditos como Henry Oldenburg ponían en tela de juicio esta superstición: "Si no hay aquí error se trata del descubrimiento de una monstruosa ficción que nos han impuesto merced a una tradición general, particularmente gracias a Epiphanio Ferdinandi, Kircher, Wolferd Senguerd, etc."

De este modo el método clínico de Redi, las ideas epidemiológicas de Cornelio y la replicación efectiva de las afirmaciones ajenas resultaba así más fiable que las anécdotas de "personas de calidad".

Fuente:

http://e-spacio.uned.es/fez/eserv/bibliuned:Endoxa-2004E2FD8DD6-A0EC-FDA6-64EE-32ACAA2A88A9/erudicion_magia.pdf

Wikipedia


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